Decir mi fucking verdad


Soy Luna en Libra, Sol en Libra, Plutón en Libra, Saturno en Libra y Júpiter en Libra, así que más o menos mi vida se trata de complacer y agradar a los demás por sobre todas las cosas. Todas. Hasta yo misma.
Por más que crea o no crea en los astros; por más que trate por todos los medios de no caer en una postura fatalista que me haría volverme una cínica larva ante el aparente sinsentido astral; por más que haga todo lo posible por tomar conciencia de mis mecanismos y trate de desactivarlos, hay demasiada energía en contra como para que mi verdad se manifieste así como si nada.
Lo libriano siempre me lleva a buscar la sonrisa agradable y la palabra diplomática, a mantener el equilibrio (como si existiera a estos niveles) y a querer estar bien con Dios y con el Diablo. Olvidate que diga lo que pienso, lo que siento, lo que creo, lo que prefiero, lo que elijo, lo que detesto, lo que no quiero. Olvidate que diga ‘NO’ a algo sin dar antes mil rodeos para terminar diciendo un ‘NI’ que no le sirve a nadie. Mucho menos a mí.
Y por otro lado tengo un ascendente en Aries que me lleva todo el tiempo a confrontar con esa parte que no tolero ni en mí ni en los demás: el mandarse sin mirar. Ser una bola de fuego creadora de universos que estalla y se manda y no pide permiso ni espera validación de nadie: simplemente ES, está ahí, aparece, se expresa, pasa por encima de todo a mil por hora y se manifiesta con total inocencia porque ni siquiera se entera de que hay otros seres por ahí.
Cuando caí en el mundo de la perspectiva astrológica muchas cosas comenzaron a cobrar sentido y me ayudaron a entender qué era todo ese merequetengue de cosas que me dominaban. Por un lado el fuego impulsivo, creador, avasallante, y por el otro ese airecito intelectual demasiado firme, estirado y lleno de secuaces ahí, tratando de mantener al fuego no a raya: directamente fuera del territorio, bien lejos, que no venga acá a molestar las alegres danzas de hadas y doncellas delicadas en etéreo equilibrio. Fuera bicho.
Así entendí cómo era que esa bola de fuego, ya rabiosa por no poder ser, un día y sin avisar se liberaba, quemaba los bosques, masticaba los puentes, se hacía con el castillo y destrozaba todo. Cuando ya era demasiado potente como para ser exiliada por los aires librianos de mi Consejo Directivo, se aliaba con Venus, Mercurio y Urano en Escorpio, ahí en las sombras complotando, y entraba cual Balrog que se golpeó el dedito chiquito del pie a prender fuego todo. A quemar los bucólicos espacios que yo lograba construir en mi entorno, a desterrar a los Príncipes Azules, a espantar a mis musas. A llenar todo de rabia roja y ciega aullante imparable.
Algunas veces terminé en terapia. Otras veces terminé completamente rota y sin sentido. Una vez terminé sola y enojada, soberbia, despechada. Y cuando ya había perdido todo lo que me hacía vibrar, sumergida como estaba en una anestesia mocosa como Neo en Matrix, terminé en el hospital con la vesícula en llamas.
Por suerte fue hace mucho. Por suerte o por destino fue la última vez que el fuego me destrozó por dentro, porque lentamente aprendí a sacarlo en pequeñas dosis, poniéndolo al servicio de algo productivo: escribir, emprender, meditar… Todas cosas que me dejan ser y que, ahora que lo pienso hago en completa soledad: los únicos lugares en los que no tengo que ser Libra pura, porque soy yoescribiendo, yoemprendiendo, yomeditando, sin energía planetaria que pueda conmigo.
Sin embargo, con el correr del tiempo y del ‘camino espiritual’, por creer que no debía ser odiosa ni dañar, molestar, incomodar, ignorar a los demás y mucho menos actuar o hablar al pedo, he ido acorralando a la bestia de fuego lentamente, sin siquiera darnos cuenta. Ni ella ni yo. Y como al parecer hemos llegado a una relación no tan pasional y sí más civilizada, me ha tirado un par de señales de humo en este último tiempo (cuando me he hecho la tonta, confieso que me ha quemado algunos pelos con su dedo golpeándome en el hombro, diciendo: che mirá que acá estoy eh usame para algo que me aburro y necesito una cruzada o me mando y te rompo todo nada eso nomás). (Sí, escribe súper mal porque escribe como habla y no le pidas ni comas ni puntos ni mayúsculas ni detallitos que no le interesan en lo más mínimo: ella quiere ir y abrir caminos).
Ponerla a escribir y a contar cosas que me hacen morir de vergüenza si las pienso dos veces es un buen trabajo para la bestia. Le encanta. Se lleva demasiado bien con mi Mercurio escorpiano y se meten por los más profundos túneles de las Minas de Moria sacando cada enano del placard que yo me espanto. Pero la dejo. La dejo y ella me deja.
Y mientras nos dejamos y nos aceptamos, dándonos respiros y guiños fraternales a pesar de todo, me llegan cosas como esta que les quiero compartir hoy. Sólo lo traduje, no lo escribí yo. Pero pareciera que me hubiera leído la mente, la experiencia, las ansias, el anhelo de ganar otro nivel de libertad y que mi bestia y yo podamos salir, juntas, un rato al sol.
Espero que les sirva tanto como a mí 🙂

Di tu puta verdad (Jeff Foster)
He visto ocurrir milagros cuando la gente dice la verdad.

No la verdad “agradable”.
No la verdad que busca complacer y reconfortar.

Sino la verdad feroz. La verdad salvaje.
La verdad inconveniente.
La verdad tántrica.

La ‘puta’ verdad.

La verdad que temes decir.
La horrible verdad acerca de ti
que escondes para ‘proteger’ a los demás.
Para evitar ser ‘demasiado’.
Para evitar ser avergonzado y rechazado.
Para evitar ser visto.

La verdad de tus más profundos sentimientos.
La rabia que has estado ocultando, controlando, pasando por alto.
Los terrores que no quieres decir.
Las urgencias sexuales que has estado tratando de adormecer.
Los instintos primarios que no puedes soportar expresar.

Finalmente, las defensas se caen
y este componente ‘inseguro’ emerge
desde lo profundo de tu inconsciencia.
No lo puedes retener más.
La imagen del ‘chico bueno’ o ‘chica buena’ se evapora.
El ‘perfecto’, el que ‘ya entendió todo’,
el ‘evolucionado’, esas imágenes se prenden fuego.

Tiemblas, sudas, llegas casi a vomitar,
piensas que podrías morir al hacerlo,
pero finalmente dices la puta verdad,
la verdad que más profundamente te avergüenza.

No la verdad abstracta. No la verdad ‘espiritual’.
No una verdad de palabras muy cuidadosamente seleccionadas para no ofender.
No una verdad prolijamente envasada.
Sino una desaliñada, ardiente, poco rigurosa verdad humana.
Una jodida apasionada, provocativa, sensual,
indomable y mortal verdad sin barnizar.
Temblorosa, pegajosa, sudada, vulnerable verdad.

La verdad de cómo te sientes.
La verdad que permite a la otra persona verte al natural.
La verdad que lo deja a uno sin aliento
La verdad que te hace martillear el corazón.

Esta es la verdad que te liberará.

He visto depresiones crónicas y ansiedades de toda una vida suprimirse en una noche.
He visto traumas hondamente incrustados evaporarse.
He visto fibromialgias, migrañas, fatigas crónicas, insoportables dolores de espalda,
tensiones corporales, desórdenes estomacales, desvanecerse para nunca más volver.

Por supuesto, los ‘efectos secundarios’ de la verdad no son siempre tan drásticos!
Y no entramos en nuestra verdad con un resultado en mente.

Pero piensa en las cantidades masivas de energía que debe tomar
el reprimir nuestra ferocidad animal,
adormecer nuestra naturaleza salvaje,
suprimir nuestra rabia, lágrimas y terrores,
sostener una imagen falsa, y fingir estar ‘bien’.
Piensa en toda la tensión que retenemos en el cuerpo,
y el daño que le hace a nuestro sistema inmunológico
cuando vivimos en el miedo a ‘mostrarnos’.

Toma el riesgo de decir tu verdad.
La verdad que temes decir.
La verdad que temes que hará correr al mundo.
Encuentra a una persona segura —un amigo, un terapista, un consejero, tú mismo—
y déjalos entrar.
Déjalos sostenerte mientras te quiebras.

Déjalos amarte
mientras lloras, bramas, te sacudes de miedo,
y generalmente haces un desastre.

Dile tu puta verdad a alguien —podría salvar tu vida, sanarte desde lo más profundo, y conectarte con la humanidad en maneras que nunca imaginaste.

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