Conjuros en escaleta

 



 

«A solas, Paula recuerda su labor de demiurgo, la lenta, meticulosa realización de los deseos».
Bruja, Julio Cortázar

 

«La novela es más como la vida misma».
Ignacio Molina

 

1984

                Como durazno debajo de una mesa. Hay tías viejas y alguien me dice que el durazno mancha la ropa. Tengo tres años y ese es mi primer recuerdo.

 

1985

                Tanto me hablan de Papá Noel y del trineo que hago guardias mirando hacia arriba. Y entonces, lo veo. Veo la base del trineo que se desliza por el borde de la medianera. Más de eso no veo: tengo los ojos chiquitos y no me alcanzan para ver tanto.

 

1986

                Usando la pollera de mi abuela a modo de hamaca, miro Carozo y Narizota y cuando ella duerme la siesta yo me escurro hasta el fondo de la larga cocina y pesco ciruelas de la compota que dejó a enfriar en la pileta del lavadero.

                Cuando ya no hay hamaca ni compota ni abuela, exijo que pongan su plato en la mesa y acerco su silla antes de comer. A esa silla me subo para retreparme en la mesa y pasar muchas tardes mirando mi libro: una biblia juvenil ilustrada que me regaló papá. Un primo de mamá pega, hoja por hoja, un libro todo desarmado. Pero este no tiene dibujos ni sale Dios. Este tiene muchas letras diminutas y como tengo los ojos chiquitos sólo puedo leer las letras grandes del diario. Igual, soy grande y me dejan comer chicle Bazooka. Un ratito, porque se gasta y, como gastado no me gusta, me lo saco de la boca y no me dejan volverlo a meter. Mamá me viste color Bazooka y papá me lleva al zoológico o a un acuario. Volviendo en colectivo, uno de esos días, aprendo a atarme los cordones: un instante eureka luego de tanto intentar. Lo que no intento es bancarme los Cazafantasmas. Ni bien aparece uno en la pantalla, corro por entre las butacas, gritando y llorando, buscando la salida. Papá me corre, me alcanza, me consuela, se ríe de mi susto y me hace reír a mí. Es un genio mi papá. También se ríe cuando digo que mi novio es Súperman.

 

1987

                Nos mudamos de casa y voy a una nueva sala roja. Me olvido de Súperman ni bien veo a J. Tiene el pelo blanco y los ojos azules: nunca vi nada igual. En el recreo hago planes con mi compañera: me voy a casar con J y ella me va a hacer el vestido.

 

1988

                Uso por primera vez el guardapolvo blanco, planchado e inmaculado y mamá me anima a ir con mis compañeras de sala roja, a las que apenas recuerdo. Una señora flaquita se acerca y me dice: «Ese que está allá con cara de dormido es mi hijo, C. Andá y decile que se despierte». Voy, pero no le digo nada. En el recreo, el que viene es él. «¿Tenés novio?» pregunta mientras comemos alfajor. «No. ¿Y vos? ¿Tenés novia?» pregunto yo haciéndome la canchera. «Sí. La que me está hablando» dice C y somos novios hasta un día en el que nos peleamos y me dice: «¡Bruja!».

 

1989

                Mi novio es S y escribo poesía: Llevan mi cuaderno a dirección y la directora lo firma, lo sella y me felicita por escribir «un cielo tachonado de estrellas»

 

1990

                Don Luis, el vecino de abajo, es el boletero del Rialto y nos deja entrar gratis, a mi hermano y a mí, a la función de las dos. Vemos Ico, Chatrán, El oso, La dama y el vagabundo. Con los Gremlins y los Critters la paso mal. Cierro los ojos y me escondo entre las butacas. Papá me enseñó hace mucho que no tengo que salir corriendo del cine. Cuando El vengador del futuro se saca una bola de la nariz, no me aguanto más: salgo corriendo a la luz del hall y Don Luis me consuela dándome maní con chocolate. Igual, me enamoro de Schwarzenegger y veo mil veces Un detective en el kinder.

 

1991

                Odio todas las actividades que no sean leer, pintar o jugar en casa con mis hermanos. En danza me siento ridícula alzando los brazos y con las medias rosas. En los Scouts padezco campamentos y actividades grupales en el pasto, con desconocidos, tomando el asqueroso mate cocido. Por ir a inglés y catequesis me pierdo media hora de Xuxa. En la pista de patinaje me siento incómoda, insegura, asustada: un día me caigo y un cuidador me lleva en brazos, como un príncipe, fuera del hielo. Igual, muero de vergüenza. Solo soy feliz con Heidi y Sandokán.

 

1992

                Me tengo que confesar para tomar la comunión. Le digo al cura que no sé en qué pequé. «Algo tenés que haber hecho, el único que no peca es Dios». Tengo ganas de llorar. Le digo cualquier mentira para que me deje ir y termino pecando por su culpa. Cuando tomo la comunión hay otro cura, más bueno, pero ya han perdido un alma.

                Todas se enojan conmigo porque T siempre me pide rojo en el semáforo y me hace regalitos. Escuchamos Roxette y tomamos la merienda en la cama de la mamá porque ahí está la video para ver Church of your heart. Somos como Carlos Mata y Jeannette Rodríguez: salimos a tomar helado tomados de la mano y nos escribimos cartas de amor. T llora cuando le digo que me mudo a Córdoba. Yo siento el corazón astillado por primera vez y sólo tengo once años.

 

1993

                Tierra, yuyos, langostas y sapos. «Mamita, te chupo toda», dice un chico que pasa en bicicleta justo cuando el camión de la mudanza se aleja. Me quiero volver a Pringles y Córdoba, a T, al Rialto, a mis amigos y amigas, danza y la pista de patinaje.

Me dejan tener una gatita y un perro la mata. Escribo esto y se lo doy a la maestra de Lengua, llorando y todo. Lleva el relato grado por grado y se lo lee a todos esos desconocidos que se burlan de mis eses y mis eyes. Al otro día, el único chico rubio de sexto me trae una gatita negra. Y al otro, caramelos. Y al otro, una carta de amor.

 

1994

                Estoy enamorada de M I. Aunque me lleve mil años y no me dé bola. Anda en moto y tiene el pelo rubio hasta la mitad de la espalda. Cuando voy a comprar caramelos al kiosco de su amigo y está él, me da todos los Sugus de frutilla y me sonríe con unos ojazos celestes que me flashean. Le escribo cartas y le dedico canciones en la radio de Villa Allende pero él ni se entera. Creo.

                Me tienen que operar de la columna y lloro todas las tardes. Se mata Kurt Cobain y lloro todo el día. Me dicen que a M I lo metieron preso por manejar la moto en pedo. Imagino lo peor que puedo imaginar. Estoy lista para escribir cuentos de terror.

 

1995

                Ya todos saben que me gustan los rubios. Mi amigo amenaza por meses con presentarme a uno y cuando mamá organiza una fiesta para levantarme el ánimo pre cirugía, mi amigo cumple con su palabra. Veo a H, el más rubio del condado, llegando a mi fiesta y oliendo a Carolina Herrera. No entiendo nada, llega más gente, somos como ochenta, todo el colegio está ahí y nunca en mi vida fui tan popular. Paso la noche como si flotara en un sueño. Cuando suena Eternal flame, H me abraza y me besa. Abro los ojos. Todos nos miran formando un círculo alrededor nuestro, como en el final de Casper. Tanto me gustó esa imagen que la reproduzco sin siquiera darme cuenta. Pero meses después, H me deja. Lloro tanto que uso un toallón para secarme la cara. Al otro día anuncian la muerte de Shannon Hoon. Empiezo a creer que cumplir sueños y ser feliz se paga cada vez más caro.

 

1996

                Nueva mudanza, esta vez a un pueblo infernal. No puedo tener peor suerte y cumplir los quince justo ahí. Me encierro con García Márquez, Isabel Allende y Shakespeare. Por las dudas, dejo de admirar a rockeritos y empiezo a escuchar Take That. El pop británico levanta un poco el ánimo. Escribo cuentos sobre chicos muertos que vuelven como fantasmas, mudanzas, jeringas, duendes y hospitales. Cada vez que me van a operar, me imagino enferma. Y me enfermo. 

                Tejo mucho. Odio a todos, como una araña mala. Me fugaría con Gary Barlow. Y lo escribo.

 

1997

                Vuelta a Buenos Aires. T fuma porro y mi mejor amiga tiene nuevas amigas. Mi archi enemiga, Moni, se convierte en mi súper aliada. Pasamos horas inventando historias a lo Melrose Place. Ella se inspira en Alejandro Sanz y yo en Gary Barlow. Intento escribirlas con lujo de detalle en hojas de carpeta o papel para carta, que tenemos mucho. La madre de Moni las encuentra, las lee y le prohíbe juntarse conmigo porque «le lleno la cabeza de tonterías».

 

1998

                Si me compran entrada en primera fila para ver a Gary Barlow en el Gran Rex, me entrego a la operación sin más escándalos ni resfríos. Salimos ganando todos, salvo que cuando salgo del hospital, un día antes del show, me siento muy débil como para ir al teatro y papá tiene que ir a revender la entrada. Me trae una remera con la cara de Gary y yo infiero que los sueños más dorados NO se cumplen. Para compensar, empiezo a escribir novelas en las que todo, absolutamente todo, se cumple.

                
M II, el chico más lindo del boliche, que no baila y que, como yo, conversa a un costado de la fiesta, se enamora de mí y me trae flores el día de la primavera.

 

1999

                Quedamos en la calle y nos alojan en un hotel de la municipalidad. Paso muchos días con M II. El padre me adora pero la madre me trata tan mal que empiezo a preferir el hotel municipal con todos sus malevos y marginados. Me refugio en Stephen King y escribo una novela sobre una casa mágica donde los sueños... se cumplen.

 

2000

                Estoy muy mal con M II: es celoso, posesivo, asfixiante, y me obliga a decirle que no lo amo para dejarme ir. Se lo digo, aunque no sé qué siento. Solo quiero escribir o pensar en mis novelas.

 

2001

                Tenemos casa de nuevo. Me paso noches enteras escribiendo o leyendo en el silencio con olor a tilos. En el día escucho The Doors a todo volumen o salgo a caminar por el Bajo Flores.

 

2002

                Me ofrezco voluntaria en la Fundación Par y un día me toman como data entry. Mi primer trabajo. Me gasto el sueldo en locutorios, chateando con un holandés llamado Sjaak Engel. Solo el nombre ya amerita una novela.

 

2003

                Conozco a mucha gente chateando y formo un buen grupo de amigos y amigas. Pero nadie me interesa tanto como Sjaak. Solo me distraigo del tema jugando juegos de rol basados en El señor de los anillos. Entro a trabajar al banco. Todo el santo día frente a la computadora.

 

2004

                Soy bancaria y estudio Lengua y Literatura. Corono la cima del éxtasis yéndome a vivir con un amigo a la casa de un cantante y productor de ópera que se montó una pequeña Venecia en Viamonte y Azcuénaga. Es una casa increíble y me siento brillar ahí adentro. Por supuesto, escribo sobre Holanda y el amor a distancia.

                Moni le da mi teléfono al rubio con apellido holandés que me mira en la fiesta y él me llama al banco porque en casa le dieron ese número. Seguro que es todo magia operística y veneciana. Salimos; estoy saliendo con el clon de Gary Barlow. Se queda en casa, llama, devuelve los mensajes, reproduzco la escena del beso en un balcón de piedra y el sueño, ya cumplido, un día se esfuma.

 

2005

                M III. En otra vida pasó algo. Sólo así se explica. No es rubio ni holandés ni amoroso y se parece a Paul Auster. Jamás lo hubiera mirado, pero me enamoro como nunca, aunque me diga que se va a Madrid. Decido el drama. Vivimos en un mes lo que en una vida. Soy capaz de irme con él pero ¡no me deja! Un cambio así no se hace por amor, se hace por uno mismo. No sé si tiene razón. Ya no sé nada.

 

2006

                Camino por Firenze y me conmueve pensar que estoy sola, que no puedo compartir ese momento de sol contra la catedral. «Yo ya no soy yo» dice el Che Guevara. Tengo que viajar a Italia para leer al Che. No, ya no soy yo. Regreso y todo ha perdido sentido. M III es un veneno amargo y dulce a la vez.

 

2007

                Salgo con un militante del MIR que acaba de volver de Cuba, donde se recibió de médico. Es cínico y sádico. No sé qué hago con él: insulta a la madre y me dice que está conmigo porque tengo imagen de novia de médico. Me estoy castigando. No escribo. Ya ni siquiera sueño. Lo dejo, empiezo terapia y me mudo con mi mejor amigo. Me curo escribiendo sobre Roma, Venezia, Firenze. Y sobre M III, hasta que ya no duele: mi primera novela.

 

2008

                Me compro un piano y decido tomar clases con Migue García. Entre él y la terapeuta me ayudan a descubrir qué quiero hacer con mi vida. Tengo un crack-up en el banco del que salgo indemnizada y un amigo me propone trabajar en Crack-up, para no variar. Rodeada de libros y de música me siento permeable, frágil, vulnerable. Pero libre.

 

2009

                H. Calcado de mi novela, llega un norteamericano a mi vida y cumple todos y cada uno de mis más grandes sueños: los terrenales y los espirituales. Pero es demasiado. No estoy lista para vivir esa novela. No puedo. Tengo miedo. Viajo a Barcelona y cuando vuelvo rompo el compromiso, suspendo el casamiento, lo echo de casa y me encierro, seis meses, a escribir. «Te escribo vida, porque no sé cómo vivirte», leo por ahí.

 

2010

                Se rompe la compu y pierdo la novela. Creo ver a H en todos lados y sufro ataques de pánico. Vuelvo a terapia, a trabajar en Crack-up y al profesorado. Cuando conozco a J estoy lista para vivir el noviazgo menos hollywoodense del mundo y la vida más tranquila de todas. Ya no tengo ganas de escribir.

 

2011

              Me limito a estudiar y a ser la momia de J. Él es mi momio, sí: no llamamos las cosas por su nombre. Estudiamos Letras, pero no llamamos las cosas. 

              Extraño las locuras de H, saltar de la cama porque YA hay que salir a la ruta o ponerme perlas porque hoy abre la logia y hay ópera; extraño el piano a dos manos, las películas pochocleras y las conversaciones místicas hasta el amanecer; extraño los documentales sobre conspiraciones mundiales y los viajes en taxi y las cenas exóticas y sus dos metros cuatro de altura. Extraño su torpeza de largo, su aristocracia, su entusiasmo. Extraño la idea de tener hijos, casa, perro, viajes por el mundo. «Basta», escribo una noche en un bloc de notas que voy a eliminar antes de que J se levante, «QUIERO DESPERTAR». Es lo único que sale.

                Caigo en picada y ahora no es que no quiera: ya no puedo escribir.

 

2012

                Reencuentro a C, mi noviecito de primer grado, que me invita a un taller sobre los 7 Principios Herméticos y comienzan a pasar cosas insólitas. Desde cruzarme con gente que conozco pero que no sé de dónde, hasta conocer a los Gogol Bordello, mis ídolos del momento, y filosofar toda una fiesta con ellos, tal cual lo imaginé. Funciona. Creer para crear funciona. Incluso ahora soy capaz de sentir cómo la sangre corre por mis venas, literal. C tenía razón a los siete años: soy bruja. Y me la banco. Salgo de la Matrix pasando un mes en el hospital y me libero de la vesícula, del cigarrillo, de mi novio J y de la rabia que me pudrió por haber autosaboteado mi vida de ensueño.

 

2013

                Tejo y amo a todo el mundo, como una araña buena. Trabajo intenso con el nosce te ipsum. Descubro que he vivido gran parte de lo que he escrito alguna vez. Me asusta escribir, sabiendo ahora que se termina cumpliendo y que quizás, cuando muera, todo se esfume como en el cuento de Cortázar. Tengo que ser más responsable, más consciente del acto de escribir. Y escribirme la mejor de las vidas. Todas las vidas. El gran Amor.              


***

Un ejercicio de escaletas que hice en el Taller Literario de Molina en el año 2013. Recomiendo leer el cuento Bruja, de Julio Cortázar, que es uno de mis favoritos, y si gustan de escuchar, se los dejo aquí abajo:

 

               


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