Mi primera novela. Barry Brown



Entre Navidad y Año Nuevo 2019 supe que ya tenía un secuaz para ser mi editor y ayudarme a publicar mi primera novela. No lo podía creer. Le había llevado el bodoque impreso para ver si me lo corregía y me desayuné con que podía ayudarme en todo el proceso de publicación. Lo loco es que uno busca en Siberia lo que tiene en su barrio, por decirlo de algún modo.

Con Molina hice el @tallerliterariomolina durante casi un año y con él aprendí a corregir (por eso fue a quien le llevé el bodoque) y a escribir con más claridad y sentido de la historia. Yo era de las que se regodeaban en la forma de contar y no en la trama, por lo que terminaba creando parrafadas grandilocuentes que no llevaban a nada y que sólo disfrutarían los fetichistas del lenguaje.

Pero algo en mí me decía que yo prefería ser prolífica y popular como Stephen King y no de culto y con tortuosa cistitis literaria como Alejandra Pizarnik. Que me parece genial, pero en los hechos ya vemos cómo terminó cada uno y está claro que yo quiero ser plena y feliz. Recuerdo que en el taller, y venciendo todos mis miedos de estar ante posibles puaners cínicos, pesimistas y críticos de Borges, confesé que quería escribir best sellers para que la gente me llevara a la playa y pasara un rato de lo más entretenido conmigo.

Y lo sigo sosteniendo. Quiero estar del lado luminoso de la fuerza, agregando esperanza, amor y, por qué no, un poco de relax y humor, que la vida es muy maravillosa como para tomársela con la seriedad de un perro en bote.

Durante gran parte de mi vida como escritora escribí muchísimo. Pero hoy lo leo y siento que era Pizarnik atormentada, cínica, neblinosa, apocalíptica y vomitante de una realidad oscura que no sabía procesar, una sombra que no sabía sublimar de otra forma que no fuera imprimiéndola en el mundo, en el afuera, con desesperación.


Pero si voy a lo primero que escribí, cuando decidí que escribiría novelas, me encuentro con Barry Brown y Natalie Andrews. Dos personajes que me secuestraron a los quince años para que escribiera su historia y que reaparecieron cuando decidí que basta de distracciones: yo iba a escribir novelas románticas con final feliz en toda regla y sin más trabas ni prejuicios mentales impuestos por gente que ya ni siquiera está en mi vida.


Por eso decidí arrancar mi vida de publicante con esta novela y darme el permiso de ser una novata primeriza con mil errores. Barry y Nat se lo merecen. Me han salvado de la desesperanza todos estos años y he aprendido a contar contando su historia a lo largo del tiempo. Tengo un loro mental que me dice que si voy a empezar, que empiece con mi mega producción literaria, perfecta, madura y sin fallas. Pero mi espíritu sabe que no, que es por acá el inicio, aunque me ataquen todos los miedos del escritor juntos y quiera dilatar el momento o cambiar de rumbo todos los días.


Y ahora resulta que estamos viviendo en una novela de Stephen King donde las imprentas están paradas. Y si no lo estuvieran igual no podría lanzar el libro porque estamos todos aislados. Y si bien me alivia pensar que no tengo una presentación en el futuro cercano (confieso que me aterra la idea de sentarme a hablar de mi libro con olor a nuevo, aunque los presentes sean mi familia y amigos), sé que en algún momento la tendré, cuando volvamos a tomar mate en el parque y a recorrer librerías, por lo que me voy anticipando al pánico escénico y ya les voy mostrando el boceto de mi portada. La primera de tres, porque será una trilogía, pero eso, a su debido tiempo. 







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